-Gracias, Adolfo, amigo-

Corría en año 76 cuando usted fue nombrado Presidente del Gobierno, ese puesto que hoy por hoy está tan desacreditado. El pueblo español salía de una situación en la que las libertades brillaban por su ausencia. Consecuencia de esto es que muchos españoles no tenían cabida en la sociedad de la época.
España necesitaba un cambio y usted venia convencido a cambiar las cosas.

Su nombramiento cogió en “fuera de juego” a la mayoría de los españoles, incluidos los políticos. Era una persona desconocida que provenía del régimen, donde había ocupado varios puestos. Esto a la hora de ponerse a trabajar le supuso un “handicap” enorme. Pero pese a todo primaron las ganas de sacar a España del abismo y reconducirla por le buen camino. Se supo sobreponer a todo, luchó contra viento y marea. Suprimió las Cortes franquistas, aprobó el Proyecto de Reforma Política, con la gran ayuda de Fernández Miranda, y mas tarde la Constitución. El día que se despedía de la Presidencia sufrió al un golpe de Estado.

Luego viene lo que ya todos sabemos: su situación en la UCD, la fundación del CDS, las tragedias familiares, su amistad con el Rey o la fugaz carrera política de su hijo.
Con usted se ha sido en muchas ocasiones injusto. Y cosas de la vida cuando a uno se le empieza a reconocer su labor no puede ser consciente de tal gesto. Sin duda injusto. Este tranquilo que el cariño que la gente le procesa recae generosamente sobre su familia.

Su carrera política y su obra quedarán para los historiadores y los libros, mientras que su persona, su humanidad, su trato cercano y cariñoso quedarán guardados en el recuerdo de todos los que nos sentimos libres y demócratas gracias a usted.